Fue 2-1 sobre el final gracias a un cabezazo de Sigali. Antes, Merentiel lo había empatado. Vecchio volvió con gol y asistencia.
Entre uno, Boca, que no tenía nada que perder y otro, Racing, con toda la necesidad de sumar, se armó un ida y vuelta sin prejuicios, sin rollos defensivos, sin otra motivación que la de buscar el triunfo de manera directa, sin colectoras, porque no había otra cuestión que ganar aquí y ahora. Así fue el desarrollo y así el final, en un tobogán de emociones que pudo ser para cualquiera…
Boca, con Chiquito Romero y 10 suplentes, jugó con inteligencia desde el planteo táctico de cinco defensores y mucho juego por las bandas. Racing, en cambio, asumió la responsabilidad por ser local y por, al menos en los papeles, tener un equipo más competitivo por los nombres, y por la necesidad imperiosa de terminar con la crisis futbolística que se llevó el ciclo de Gago y sobrevivió a su renuncia.
El resultado fue un partido jugado de área a área, cambiante, electrizante, en el que ambos, por momentos, intercambiaban roles de dominado y dominador, de depredador y presa, de asediador y asediado.
Obligado por la final de la Copa, Almirón tuvo que improvisar: con Anselmino (dos partidos en Primera), en Saralegui (dos partidos), en un Roncaglia sin continuidad de nivel y en una combinación de nombres inédita.